Caminar por el Valle de la Muerte
Teleaire explora el desierto de Atacama, al norte de Chile, y descubre el Valle de la Muerte. Pura sal, aridez, y esqueletos, que despiertan fantasmas y dan rienda suelta a la imaginación de los guías turísticos y lugareños. Apunarse es lo menos riesgoso.
En San Pedro de Atacama (cerca de Calama, donde se encuentra el único aeropuerto de la zona) una de las atracciones más buscadas por los intrépidos que llegan hasta el desierto más inhóspito del mundo, es el Valle de la Muerte.
Ubicado cerca de la frontera con Bolivia, y al lado de la Puna argentina, esta parte del desierto se presenta como una inmensa aridez, de color tierra, con pinceladas de sal. A más de 4000 metros de altura, el silencio y el mal de montaña redondean un panorama ciertamente desolador, pero fantástico para el turista.
Es justo aclarar que este Valle de la Muerte no es el único en el mundo. El más famoso es el que se encuentra en Estados Unidos, en pleno Desierto de Mojave, California. Sin embargo, esta porción de desierto andino también es conocida como Valle de Marte, por lo que cobra, así, notoriedad con ambos nombres. Dicha ambigüedad merece ser explicada.
Si bien el Valle de la Muerte sudamericano hace honor a este nombre por lo inhóspito de su paisaje, en el que es posible hallar huesos de diferente forma y tamaño, que sugieren que muchos exploradores perdieron la vida intentando surcar su árido suelo, hay quienes sostienen que su nombre es producto de una confusión.
Se supone que toda la zona geográfica alrededor de San Pedro de Atacama fue descubierta por el sacerdote jesuita Gustavo Le Paigé de Walke, arqueólogo, quien arribó a este paraje alrededor de 1950, proveniente de Bélgica, su país de origen.
El sacerdote, que perteneció a la orden jesuítica, tenía por misión trabar relaciones con los indígenas atacameños. En ese tren, y en función de sentirse descubridor de semejante desolación, habría querido bautizar al lugar Valle de Marte, por el parecido del suelo y el color de las montañas, con el planeta rojo.
Empero, la mala pronunciación del castellano del cura, más las cualidades tremendamente desérticas del lugar, llevaron a los visitantes a interpretar que era un verdadero Valle de la Muerte.
Al recorrerlo, superando cefaleas por hipoxia o, incluso, malestares estomacales, el viajero se fascinará pensando que allí hubo agua hace 25 millones de años. Mascar hojas de coca, o medicarse con analgésicos, es lo que le espera a quien desafíe la inmensidad andina donde reina el silencio.